martes, 22 de enero de 2008

El ciempiés es un bicho muy raro.

En el ambiente se sienten esas ansias, ese miedo e indecisión. Hay en el viento mucha energía. Se mezclan mis pensamientos con las voces de los demás. La fila avanza de a poco. Parece un ciempiés viejo. Se escuchan portazos. Ese sonido lleno de fuerza retumba hasta mi médula.
¡Que miedo tengo! No se si estoy haciendo bien o mal. Me siento culpable por no haberme puesto a pensar antes. Lo peor de todo, es que estamos todos en el mismo lugar, reunidos por el mismo objetivo. ¿Habrá otros como yo? Me invade la frustración.
Avanzo de a dos personas cada media hora. Eso indica solamente una cosa: Indesición ¡Hay otros como yo! Lo que es peor. Si nadie sabe, toman lo primero que ven.
Mi cabeza me empieza a doler. Atrás mío hay dos personas discutiendo de esto y de aquello. Me siento mareada. Creo que estoy a punto de caer. Ahora lamento haberme acostado tan tarde. Se me nublan los ojos. Me siento débil. En eso, escucho la voz de una mujer: “Chiquita, ¿estas bien?” Abro los ojos. No tengo a nadie adelante. Había pasado media hora. Era mi turno.”Sí, si sólo me duele la cabeza” Pero yo seguía ahí parada sin hacer nada. Entonces me dice: “¿Documento?”
En el ambiente se sienten esas ansias, ese miedo e indecisión. Se mezclan mis pensamientos con las voces de los demás. Ahora es mi turno de votar. Ese día la democracia, no me dio gracia.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

El amor, tarde o nunca, se convierte en un lunático tren a vapor.

Anónimo dijo...

mmm me parece que Don Anónimo no entendió el cuento. Momento... él no lo entendió o ¿el que no lo entendió fui yo? es muy confuso, casi tan raro como el cienpiés.

Anónimo dijo...

el dia de elecciones, el la fiesta civica mas grande q tiene un pais, por lo tanto debe ser tomada como tal...nada de amargarse y marearse, y mucho menos de salir la noche anterior.. jeje

Anónimo dijo...

Vivimos en una época sin esperanza.
El hombre busca desesperadamente algo en que creer y acude a los nuevos gurús.
Ni aun el hombre inteligente, de gran conocimiento, por desgracia, está a salvo de formas primitivas de espiritualidad.
La fe apasionada, fanática, en ideas y prohombres (sean cualesquiera) es idolatría. Se debe a la falta de equilibrio propio, de propia actividad, a la falta de ser.
Lo mismo ocurre con el gran amor: se convierte en idolatría cuando alguien cree que la posesión de otro da respuestas a su vida, le presta seguridad y se convierte en su dios.
El amor no idolátrico a una idea o a una persona es sereno, no estridente; es tranquilo y profundo; nace a cada instante, pero no es delirio.
No es embriaguez, ni lleva a la abnegación, sino que nace de la superación del yo.
RAINER FUNK