jueves, 31 de enero de 2008

Más melanina que todas las demás

Violeta era diferente a todas las demás. Sobresalía. Nadie supo explicar a qué se debía tal fenómeno, era bizarra y graciosa. Violeta nació con un problema de pigmentación en la piel.
La suerte siempre la acompañó, sus amigas la adoraban. Les encantaba ir a jugar al campo, corretear sin nadie que les diga qué decir ni qué hacer. Cuando jugaban a las escondidas, Violeta siempre salía perdiendo. No había forma que no la encontraran, ella simplemente resaltaba.
Lo fascinante y admirable, que yo puedo resaltar, de su personalidad son el optimismo y la voluntad. Desde chiquita, ya sabía que ella iba a ser una estrella. Quería triunfar como actriz. Se presentaba a cada casting, a cada obra de teatro. Por más que no la contrataran, ella volvía siempre con una sonrisa en la cara.
A los 20, sin ninguna obra de teatro y ningún tipo de performance actoral, Violeta se empezaba a preocupar. No había otra cosa que le gustara más.
Un día, viene una persona y habla con Violeta. Le dicen que eran justo lo que necesitaban, que su color de piel, su cara eran perfectas. Estaba feliz ¡saltaba en cuatro patas! Iba a grabar un comercial e iba a ser la cara de la marca.
Violeta era diferente a todas las demás vacas. Era violeta. Sobresalía, y era justo lo que Milka necesitaba.

miércoles, 23 de enero de 2008

Confundida

Me gritan, me doy vuelta y no veo a nadie. Me río y sigo caminando. Me vuelven a gritar. Nadie. Siento que mi corazón empieza a latir con fuerza. Me siento nerviosa, mis pies suben el ritmo. Con miedo tomo la primera esquina, las luces de la calle parecían no andar bien. Titilaban. Me vuelven a hablar, “no vayas” escuché. Paré y me senté bajo la única luz que funcionaba correctamente. Traté de tranquilizarme. Fue entonces cuando mi respiración volvió a la normalidad y sentí un poco de paz, las voces no se habían ido. Reí con mucha fuerza, me sentí realmente tonta. Mi conciencia me estaba jugando una mala pasada.

martes, 22 de enero de 2008

El ciempiés es un bicho muy raro.

En el ambiente se sienten esas ansias, ese miedo e indecisión. Hay en el viento mucha energía. Se mezclan mis pensamientos con las voces de los demás. La fila avanza de a poco. Parece un ciempiés viejo. Se escuchan portazos. Ese sonido lleno de fuerza retumba hasta mi médula.
¡Que miedo tengo! No se si estoy haciendo bien o mal. Me siento culpable por no haberme puesto a pensar antes. Lo peor de todo, es que estamos todos en el mismo lugar, reunidos por el mismo objetivo. ¿Habrá otros como yo? Me invade la frustración.
Avanzo de a dos personas cada media hora. Eso indica solamente una cosa: Indesición ¡Hay otros como yo! Lo que es peor. Si nadie sabe, toman lo primero que ven.
Mi cabeza me empieza a doler. Atrás mío hay dos personas discutiendo de esto y de aquello. Me siento mareada. Creo que estoy a punto de caer. Ahora lamento haberme acostado tan tarde. Se me nublan los ojos. Me siento débil. En eso, escucho la voz de una mujer: “Chiquita, ¿estas bien?” Abro los ojos. No tengo a nadie adelante. Había pasado media hora. Era mi turno.”Sí, si sólo me duele la cabeza” Pero yo seguía ahí parada sin hacer nada. Entonces me dice: “¿Documento?”
En el ambiente se sienten esas ansias, ese miedo e indecisión. Se mezclan mis pensamientos con las voces de los demás. Ahora es mi turno de votar. Ese día la democracia, no me dio gracia.

viernes, 18 de enero de 2008

En alfa.

“Te caerás del cielo” le dijo la vieja adivina.
Eulalio se rió, la miró con cara de darle la razón y se marchó.
Paseando por la rambla, mirando la gente pasar Eulalio imaginaba:
Rosas blancas por allá,
Rosas rojas por aquí,
Recreando la primavera
¿Un beso me dará?
Entre paso y paso, cuadra y cuadra, Eulalio se repetía a sí mismo “Te caerás del cielo, te caerás del cielo”
Una vez llegado al jardín de la primavera, una mariposa se posa en sus rodillas. La miró. Trató de no moverse en lo absoluto para no dejarla ir. Le gustaban sus alas, tan finas y delicadas, tan coloridas y elegantes.
Se vio atrapado en un mundo de pura fantasía, de pura imaginación. La mariposa y él, él y la mariposa. No dejaba de observarla, como mueve sus alas, como presta atención con las antenas, pero sus alas, sus alas eran algo digno de observar. El polvo mágico que cae cada vez que revolotea por aquí y revolotea por acá.
Vuela, la ve irse, alejarse y entramarse en el cielo azul. Eulalio sigue en alfa, fascinado.
Buscó muy adentro suyo esas alas, ese polvo mágico. Eulalio quería volar. Quería sentirse bello y libre, libre de poder alzar sus alas, agitarlas y revolotearlas con mucha fuerza. Quería desparramar polvo por todos lados, pero Eulalio en el fondo sabía que rápido moriría, que ni la noche ni el día lo esperarían. Eulalio en el fondo sabía que del cielo se caería.

lunes, 14 de enero de 2008

La encontré y la perdí.

A Claribel la conocí el día que la perdí, el día que me encontré con el capitalismo. Iba gritando de acá para allá frases sin sentido. Estaba como loca. Hablaba sola, se reía sola y caminaba sola. Me la encontré de pura casualidad paseando por los tejidos de cerebros que rondan en la ruidosa noche de Córdoba. Caminábamos para el mismo lado, para ningún lado. No teníamos rumbo fijo. Nuestros ojos tristes se perdieron en una mirada sincera, no tuvimos que decir palabra que paseábamos una al lado de la otra.
Me contó que se había cansado de trabajar, que estaba harta de seguir órdenes, de cargar con objetos muy pesados, para poder alimentar a su familia. Ella quería dedicarse a otra cosa, y fue ahí que le mostré lo que hacía. Le gustó, se emocionó tanto que casi lloró. Yo no podía creerlo, no daba crédito a mis ojos. La verdad que Claribel era muy rara. A veces nos pasábamos horas sin cruzar palabra. Cada una hacía la suya pero siempre las dos juntas.
Claribel gritaba frases como: “¡Soy libre, libre en este mundo lleno de cuerpos cansados dominados por objetos sin vida!”
Nunca entendía lo que quería decir, pero podría admitir que siempre me mostraba otra parte de la vida. Esas frases eran espasmos de alegría. Se repetían a menudo.
Esa expresión bailaba en mi cabeza, zapateaba, hacía ruido. No sabía porque no la entendía. Todas las palabras que la componían era simples, pero todas en su conjunto, algo complejo. Me puse a pensar qué objetos dominaban este cuerpo cansado, o si en verdad, era un cuerpo cansado. Todo dependía de los días.
“Objetos… ¿Qué puedo decir?” me decía Claribel cada vez que yo le preguntaba cuáles solían dominarla. Y se callaba.
Otra vez no entendía nada.
Era una esclava de sus palabras. Si las palabras fueran objetos Claribel estaría en contradicción con lo que piensa.
“Objetos… ¿Qué puedo decir?” ahora me pregunto yo. “Banco, dardos, computadora, auto, celular”
Un día Claribel se despertó asustada y me empezó a taladrar la cabeza. Gritaba, se reía, lloraba. “Objetos…Objetos… manipulan las acciones de hombre libres nacidos por naturaleza.” La calmé y le dije que no había ningún objeto cerca que la vaya a manipular, que se tranquilizara. Después agregó que me tenía que confesar algo, que se había portado mal. Sólo me dijo que la encerrara y la llevara a un lugar, al lugar dónde tenía que pedir perdón.Se cayó. No habló ni grito ni lloró más.
Ese día entendí todas sus frases, todas. A Claribel la conocí el día que la perdí, el día que me encontré con el capitalismo